¿Alguna vez te has preguntado cuánto vale el acto de cuidar a alguien? Ya sea una madre amamantando a su hijo, un joven que atiende a sus padres mayores, una enfermera en un hospital o una cuidadora de personas mayores en casa, todos forman parte de un sector gigantesco y vital: la economía del cuidado.
Durante mucho tiempo, este sector fue ignorado por las políticas públicas y por los estudios económicos tradicionales. Sin embargo, hoy empieza a ocupar un lugar central en los debates sobre el futuro del trabajo, la igualdad de género y el bienestar social. Porque sí: cuidar también es trabajar. Y además, es un trabajo que mueve billones a nivel mundial.
¿Qué es la economía del cuidado?
La economía del cuidado abarca todas aquellas actividades —remuneradas o no— que tienen como fin atender, acompañar o garantizar el bienestar de otras personas. Incluye el cuidado de niños, personas mayores, personas enfermas, personas con discapacidad y también el trabajo doméstico que permite que estos cuidados se realicen: cocinar, limpiar, lavar, organizar.
Gran parte de estas tareas son realizadas por mujeres, ya sea de forma profesional o dentro del hogar, muchas veces sin recibir remuneración. Sin embargo, cuando el cuidado se convierte en una ocupación formal —como en el caso de niñeras, empleadas domésticas, cuidadores o enfermeros— pasa a formar parte del sistema económico medido oficialmente por los países.
Un valor gigantesco, pero invisible
Según un informe de Oxfam, si todo el trabajo de cuidado no remunerado en el mundo se pagara al salario mínimo, tendría un valor anual superior a 10 billones de dólares. Esta cifra revela una verdad impactante: el cuidado es uno de los pilares ocultos de la economía global.
En la mayoría de los países, las mujeres dedican entre el doble y el triple de tiempo al cuidado respecto a los hombres. Esto limita su tiempo disponible para trabajar, estudiar, emprender o incluso descansar, perpetuando así ciclos de desigualdad y pobreza.
Cuidar: un rol históricamente femenino
Históricamente, las tareas de cuidado fueron consideradas parte del “rol natural” de la mujer, lo que hizo que se vieran como deberes y no como trabajo. Durante siglos, las economías del mundo ignoraron este tipo de actividades, como si cocinar, lavar o criar hijos no tuviera valor económico.
Esto empezó a cambiar con el auge de los movimientos feministas en los años 60 y 70. Economistas como Marilyn Waring denunciaron que los indicadores económicos tradicionales, como el Producto Interno Bruto (PIB), no contabilizaban el trabajo de cuidado no remunerado, distorsionando así la realidad.
La pandemia de COVID-19 fue otro momento clave para visibilizar este tema. Con las escuelas cerradas y los sistemas de salud colapsados, millones de personas —principalmente mujeres— tuvieron que dejar sus empleos o reducir su jornada para cuidar a sus hijos o familiares. Esto mostró de forma clara cuán esencial es el cuidado para el funcionamiento del día a día.
El cuidado como motor económico
Contrario a lo que muchos creen, el cuidado no es un gasto, es una inversión. La economía del cuidado mueve miles de millones de dólares a través de servicios, empleos, tecnologías y políticas públicas.
Hospitales, jardines infantiles, residencias para personas mayores, empresas de enfermería a domicilio, plataformas digitales de cuidado, productos de higiene, formación profesional… todo eso forma parte de la cadena de valor del cuidado.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que más del 40% de los empleos necesarios para 2030 estarán vinculados al sector de cuidados. Es decir, fomentar este sector no solo beneficia a quienes reciben el cuidado, sino que también impulsa el crecimiento económico y la generación de empleo.
¿Y en América Latina?
En países latinoamericanos como México, Colombia, Brasil o Argentina, el cuidado está mayoritariamente en manos de mujeres trabajadoras informales. Muchas veces sin contratos, sin seguridad social y con bajos ingresos. Al mismo tiempo, las poblaciones están envejeciendo rápidamente, lo que aumenta aún más la demanda de cuidados especializados.
Esto exige la creación de políticas públicas urgentes: acceso universal a guarderías, programas de apoyo a cuidadores familiares, formación técnica para trabajadores del cuidado, regulaciones laborales justas y el reconocimiento de las cuidadoras no remuneradas en las estadísticas oficiales.
En 2020, varios países de la región adhirieron a la iniciativa global de ONU Mujeres para reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidado. No obstante, aún queda un largo camino por recorrer.
Tecnología y cuidado: ¿una combinación posible?
La tecnología también ha comenzado a transformar este sector. Existen robots asistenciales en Japón, sensores para monitorear la salud de personas mayores en casa, aplicaciones que conectan cuidadores con familias, y plataformas educativas que capacitan a distancia.
Sin embargo, el cuidado no es solo una tarea técnica, también es emocional. El afecto, la escucha, la paciencia y la empatía no se pueden reemplazar con inteligencia artificial. La tecnología puede facilitar, pero no sustituir, el valor humano del cuidado.
El alto precio del descuido
Ignorar la economía del cuidado tiene consecuencias costosas. Cuando el Estado no invierte en este sector, se incrementan las desigualdades, se agudiza la pobreza femenina, se sobrecargan los servicios públicos y se reduce la productividad general.
Por el contrario, invertir en el cuidado tiene un retorno positivo comprobado. Un estudio de la OIT demostró que duplicar la inversión pública en cuidados infantiles podría generar hasta 4 millones de empleos nuevos en América Latina.
Además, redistribuir el cuidado entre hombres y mujeres a través de políticas como licencias parentales igualitarias, horarios laborales flexibles y acceso gratuito a servicios de cuidado, genera sociedades más igualitarias y sostenibles.
Una economía que cuida, es una economía que prospera
Cuidar personas no es un acto de bondad, no es un rol natural, no es voluntariado. Es trabajo. Y no solo trabajo: es trabajo vital. Sin cuidado, no hay vida. Sin cuidado, no hay fuerza de trabajo. Sin cuidado, no hay futuro.
Valorar la economía del cuidado es poner en el centro aquello que permite que todo lo demás funcione. Si el siglo XX se caracterizó por la industrialización y el culto al capital, el siglo XXI necesita una revolución centrada en el cuidado, con empatía, dignidad y reconocimiento para quienes sostienen la vida día a día.
Porque al final, todos vamos a necesitar que alguien nos cuide. Y por eso, cuidar debe ser parte de un proyecto económico, social y humano para el presente y el futuro.
Conclusión
La economía del cuidado no es un tema del futuro: es una urgencia del presente. Reconocer su valor, medirlo adecuadamente, profesionalizar a quienes lo ejercen y construir sistemas públicos que lo respalden, es clave para crear sociedades más justas.
Invertir en el cuidado es proteger lo más valioso que tenemos: la vida humana en todas sus etapas.
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